Las casas y los edificios pierden calor y eso significa dinero, lo que supone un problema energético.
El bajo de la puerta, fallos de aislamiento de las ventanas, una junta en la terraza que no se selló bien. Incluso las paredes que parece que protegen dicho calor, lo filtran poco a poco.
El calor escapará de tu vivienda en invierno, y se colará en tu casa en verano. Esto es debido a que el calor (nombre que indica cómo de rápido se mueven las partículas) tiende a transmitirse.
Cuanto más rápido se muevan las partículas, más calor y más energía transmitirán al chocar contra otras moléculas. Cuanta menos velocidad, más frío. Calentando una vivienda con un radiador transformamos gas natural o electricidad en el movimiento de las partículas por toda la casa.
La siguiente transmisión será la convección. Tanto el metal caliente del radiador como las paredes que la radiación ha ido calentando transmitirán ese calor a las capas de aire más próximas, que a su vez lo trasladarán a las más alejadas. Además, ocurre que las capas frías tienden a ir hacia abajo, y las calientes a subir, y se producen movimientos circulares.
Pero a medida que calentamos el aire y las paredes de esta sala, parte de ese mismo calor que estamos transmitiendo al interior se filtra por las paredes por un tercer método de transmisión de calor: la conducción. Esta se produce cuando un cuerpo caliente toca uno frío. Los átomos más calientes, con más energía, van transmitiéndola hacia aquellos que poseen menos (fríos).
Es por eso que nuestras viviendas o locales rápidamente reducen su temperatura al apagar la calefacción. Hoy día, el calor perdido está estrechamente relacionado con la factura. Cuando más calor perdamos, más tenemos que pagar a final de mes conservando el confort.
¿Cómo podemos frenar este gasto?
La primera normativa sobre el aislamiento térmico surgió en nuestro país de mano de la norma básica de la edificación NBE-CT-79 (79 indica el año), ahora derogada por insuficiente. El 56% de los edificios existentes hoy se construyeron sin ninguna exigencia de ahorro de energía, y el 39% con esta normativa básica. Es decir, solo un bajo porcentaje de los edificios están adaptados a una normativa responsable con el medio ambiente y coherente con el ahorro.
La mayoría de edificaciones tienen tara, espacios por donde la energía corre libre. ¿Cómo ayudar al medio ambiente y a nuestro bolsillo? Mediante la rehabilitación de nuestro hogar.
Hoy en día se pretende concienciar a la gente de la importancia de rehabilitar su vivienda allí donde las pérdidas de energía suponen un inconveniente directo para ellos (en la factura de la luz o el gas) y un impacto indirecto en el medio ambiente y en la salud de todos los seres vivos del planeta.
¿Cómo puedo rehabilitar mi hogar de manera rentable?
Conocer por dónde se va más calor. La OCU, en 2014, dijo que «si quieres pagar menos de calefacción, la opción más eficaz (y la más ecológica) es mejorar el aislamiento de tu casa», e hicieron números. Aislar una vivienda o local de unos 90 metros cuadrados daba como resultado un ahorro del 50% en calefacción.
Este ahorro fue calculado para la inversión que supone aislar la vivienda con diferentes propuestas y materiales. La recuperación se realizaba en función del tipo de calefacción, entre 5 y 10 años se amortiza el gasto.
Y este cálculo no tomaba en cuenta el ahorro de aire acondicionado en verano. Es decir, la amortización final estará muy por debajo de una década. A partir de entonces, nuestra vivienda se habrá convertido en un foco de ingresos por facturas recordadas a la mitad, y todo esto consiguiendo un ahorro casi seguro de unos 200 euros anuales. Esto sin entrar en la eficiencia energética de electrodomésticos, y tan solo atacando el edificio mediante rehabilitaciones.
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